Fray Diego José de Cádiz nace en Cádiz el 30
de marzo de 1743. Pertenecía a una familia ilustre y se quedó huérfano de madre
a los 9 años. Empezó sus estudios de gramática en Grazalema (Cádiz), donde se
fue a vivir su padre y a los doce años estudió Lógica y Metafísica en el
convento de los PP. dominicos de Ronda (Málaga). En 1759 fue admitido en el
noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla. Después de siete años,
en los que realizó sus estudios filosóficos y teológicos, fue ordenado
sacerdote en Carmona (Sevilla), a los 23 años de edad. En el convento de
capuchinos de Ubrique (Cádiz) aprendió el ministerio de la palabra.
Fray Diego José de Cádiz fue un gran
impulsor de la devoción de la Virgen como Divina Pastora de las Almas. En 1703
el capuchino Fray Isidoro de Sevilla difundió la devoción a esta advocación de
la Virgen representada como una pastora de la época, con su cayado y rodeada de
ganado ovino. Fray Diego José de Cádiz propuso la representación al lado de su
Hijo en el gesto de ayudarla al cuidado del redil, al considerar a María como Madre
del Buen Pastor (Bula de Pío VI, 1795).
Los Capuchinos recorrían los pueblos
predicando y evangelizando a los fieles en las llamadas misiones populares. Si
la iglesia era pequeña se instalaba el púlpito en la plaza y los predicadores
se turnaban. El principal objetivo de las misiones era provocar entre los
habitantes de los lugares visitados una convulsión de las conciencias que
compensase la insatisfactoria atención y la rutina de los curas de parroquia.
La Misión suponía una retórica basada en técnicas estudiadas de los
predicadores, destinadas a movilizar el sentimiento de culpa de los creyentes
hasta la sumisión colectiva del pueblo a las prácticas religiosas de las que se
había apartado o que cumplía sólo de forma aparente. Para hacer más duraderos los
frutos de la misión, los capuchinos añadían al ministerio de la palabra la
práctica de la oración, Vía Crucis, procesiones o cantos del Rosario.
Fr. Diego José comenzó en 1771 sus misiones
itinerantes por España y pronto adquirió un gran predicamento. He aquí lo que
decía de él un contemporáneo suyo: “En el acto de contrición, y con el Crucifijo en las manos, es
irresistible. Las acciones expresivas de su cuerpo y rostro; los abrazos con el
Señor; aquel levantarlo y mirarlo tiernamente; aquellos coloquios tan dulces
con que desahoga el amor que internamente le abrasa, no hay con qué
compararlos”. Fue nombrado teólogo, examinador sinodal y canónigo en
numerosas diócesis de todo el país. Sus ideas le provocaron conflictos con la
Corona, acusándolo de atacar los privilegios de la misma, de criticar la
gestión por parte del Estado de los bienes y rentas de la Iglesia y de injuriar
a personajes notables de la época. El Consejo de Castilla le suspendió en 1784
el derecho de predicación y lo desterró a Casares (Málaga). Más tarde fue
absuelto y continuó con su predicación. En la última etapa de su vida se tiene
constancia de su predicación en Estepa junto a Ceuta, Algeciras, Sevilla, Jaén,
Baena, Ronda y Grazalema.
En Estepa utilizó su retórica para provocar
la indignación del pueblo, utilizando una de las técnicas que los misioneros
llevaban a cabo. Acusó al pueblo de ser duros de corazón y abandonó
atropelladamente el púlpito sin realizar el acto de contrición, como si la
maldad de los pecadores que tenía en frente no mereciera la misericordia, sino
la condenación eterna. Esto provocó que las gentes, espantadas, corrieran tras
él suplicándole que regresara y le prometieran reformarse. De su predicación en
Estepa escribió:
“Yendo ya por la calle para la plaza, y llevando el
Crucifijo grande reclinado sobre el pecho y brazo izquierdo, me sentí dar un
vuelco el corazón y moverme a no hacer acto de contrición aquella tarde;
empezaron los temores de si sería cosa mía y se reiría el pueblo, etc.; pero,
acordándome que usted me tiene mandado siga estos movimientos, me resolví a
ello, y para más seguridad se lo propuse al Padre Eusebio, y lo aprobó.
En efecto, al concluir la plática, reconvine al pueblo con la desconfianza que me quedaba de si se aprovecharía de lo que acababa de enseñarles, poniéndoles por prueba el poco fruto de la tarde antecedente. Díjeles con mucha serenidad en el modo y fuerza en la expresión que darían lugar a que Dios tomase la mano, como la tomaría, si no trataban de darse por entendidos, que yo me empeñaba en que no sucediese, mas desde entonces levantaba mi mano para que se cumpliese la voluntad de Dios. Pedí al Señor volviese por su causa, y al pueblo dije que no le daba los remedios que para su justificación y salvación propongo en mis sermones, porque [...] [nada] podía ser útil a los que desprecian la palabra de Dios; sí les exhortaba como Cristo, mi Señor, a Judas, que siguiesen en sus designios de ofenderle y aumentar sus culpas, etc., y que en esta inteligencia me retiraba, dejándolos en manos de su mal consejo. Retireme, y nos volvimos a nuestro destino, quedando la plaza llena de gritos, llantos, confusión y otros varios afectos y efectos [...].
De esto resultó conmoverse el pueblo de modo que algunos a voces decían sus culpas, y pedían confesión; se hicieron desde aquella noche, por todas las restantes, muchas procesiones de penitencia; todos los rosarios; el clero por comunidad salió a las diez o más de la noche, rezando el Miserere, cantando saetas, etc. [...]” (FDC a FFJG, 31-III-80, pp. 394-395).
En efecto, al concluir la plática, reconvine al pueblo con la desconfianza que me quedaba de si se aprovecharía de lo que acababa de enseñarles, poniéndoles por prueba el poco fruto de la tarde antecedente. Díjeles con mucha serenidad en el modo y fuerza en la expresión que darían lugar a que Dios tomase la mano, como la tomaría, si no trataban de darse por entendidos, que yo me empeñaba en que no sucediese, mas desde entonces levantaba mi mano para que se cumpliese la voluntad de Dios. Pedí al Señor volviese por su causa, y al pueblo dije que no le daba los remedios que para su justificación y salvación propongo en mis sermones, porque [...] [nada] podía ser útil a los que desprecian la palabra de Dios; sí les exhortaba como Cristo, mi Señor, a Judas, que siguiesen en sus designios de ofenderle y aumentar sus culpas, etc., y que en esta inteligencia me retiraba, dejándolos en manos de su mal consejo. Retireme, y nos volvimos a nuestro destino, quedando la plaza llena de gritos, llantos, confusión y otros varios afectos y efectos [...].
De esto resultó conmoverse el pueblo de modo que algunos a voces decían sus culpas, y pedían confesión; se hicieron desde aquella noche, por todas las restantes, muchas procesiones de penitencia; todos los rosarios; el clero por comunidad salió a las diez o más de la noche, rezando el Miserere, cantando saetas, etc. [...]” (FDC a FFJG, 31-III-80, pp. 394-395).
Después de 32 años de intensa vida misionera
y dejando numerosos escritos, sermones y cartas espirituales, Fr. Diego José de
Cádiz murió en Ronda el 24 de marzo de 1801, a los 58 años. La muerte del Beato
tuvo resonancia en toda España haciéndole funerales en los pueblos en los que
había predicado y dedicándole altares en numerosas iglesias. En 1825 se inició
el proceso de beatificación que culminó en 1894 cuando el Papa León XIII le
nombró Beato.
El pueblo de Estepa le dedicó un altar que
se conserva en la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción. El banco del retablo
presenta policromía dieciochesca de influencia chinesca u oriental. La
hornacina está flanqueada por estípites y su interior se decora con estofados
vegetales, apareciendo los instrumentos de la pasión y la paloma del Espíritu
Santo. Sobre la cornisa destaca una pintura del siglo XVIII de la Virgen del
Carmen. La talla que preside el retablo es de la primera mitad del siglo XIX.
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