3 de octubre de 2015

Ntra. Sra. de la Merced cambia de capilla

Desde el pasado jueves día 24 de Septiembre, jornada en la cual se celebró la Onomástica de la Merced, la imagen de Nuestra Señora de la Merced fue ubicada en una diferente capilla a la que anteriormente presidía en el altar mayor de la Iglesia de la Asunción, a la derecha del mismo. Dicha capilla se encuentra en el llamado “Gallinero” del templo y la cual ha pertenecido hasta el momento a la imagen de Fray Diego José de Cádiz, una talla del siglo XIX.

Fray Diego José de Cádiz nace en Cádiz el 30 de marzo de 1743. Pertenecía a una familia ilustre y se quedó huérfano de madre a los 9 años. Empezó sus estudios de gramática en Grazalema (Cádiz), donde se fue a vivir su padre y a los doce años estudió Lógica y Metafísica en el convento de los PP. dominicos de Ronda (Málaga). En 1759 fue admitido en el noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla. Después de siete años, en los que realizó sus estudios filosóficos y teológicos, fue ordenado sacerdote en Carmona (Sevilla), a los 23 años de edad. En el convento de capuchinos de Ubrique (Cádiz) aprendió el ministerio de la palabra.

Fray Diego José de Cádiz fue un gran impulsor de la devoción de la Virgen como Divina Pastora de las Almas. En 1703 el capuchino Fray Isidoro de Sevilla difundió la devoción a esta advocación de la Virgen representada como una pastora de la época, con su cayado y rodeada de ganado ovino. Fray Diego José de Cádiz propuso la representación al lado de su Hijo en el gesto de ayudarla al cuidado del redil, al considerar a María como Madre del Buen Pastor (Bula de Pío VI, 1795).

Los Capuchinos recorrían los pueblos predicando y evangelizando a los fieles en las llamadas misiones populares. Si la iglesia era pequeña se instalaba el púlpito en la plaza y los predicadores se turnaban. El principal objetivo de las misiones era provocar entre los habitantes de los lugares visitados una convulsión de las conciencias que compensase la insatisfactoria atención y la rutina de los curas de parroquia. La Misión suponía una retórica basada en técnicas estudiadas de los predicadores, destinadas a movilizar el sentimiento de culpa de los creyentes hasta la sumisión colectiva del pueblo a las prácticas religiosas de las que se había apartado o que cumplía sólo de forma aparente. Para hacer más duraderos los frutos de la misión, los capuchinos añadían al ministerio de la palabra la práctica de la oración, Vía Crucis, procesiones o cantos del Rosario.

Fr. Diego José comenzó en 1771 sus misiones itinerantes por España y pronto adquirió un gran predicamento. He aquí lo que decía de él un contemporáneo suyo: “En el acto de contrición, y con el Crucifijo en las manos, es irresistible. Las acciones expresivas de su cuerpo y rostro; los abrazos con el Señor; aquel levantarlo y mirarlo tiernamente; aquellos coloquios tan dulces con que desahoga el amor que internamente le abrasa, no hay con qué compararlos”. Fue nombrado teólogo, examinador sinodal y canónigo en numerosas diócesis de todo el país. Sus ideas le provocaron conflictos con la Corona, acusándolo de atacar los privilegios de la misma, de criticar la gestión por parte del Estado de los bienes y rentas de la Iglesia y de injuriar a personajes notables de la época. El Consejo de Castilla le suspendió en 1784 el derecho de predicación y lo desterró a Casares (Málaga). Más tarde fue absuelto y continuó con su predicación. En la última etapa de su vida se tiene constancia de su predicación en Estepa junto a Ceuta, Algeciras, Sevilla, Jaén, Baena, Ronda y Grazalema.

En Estepa utilizó su retórica para provocar la indignación del pueblo, utilizando una de las técnicas que los misioneros llevaban a cabo. Acusó al pueblo de ser duros de corazón y abandonó atropelladamente el púlpito sin realizar el acto de contrición, como si la maldad de los pecadores que tenía en frente no mereciera la misericordia, sino la condenación eterna. Esto provocó que las gentes, espantadas, corrieran tras él suplicándole que regresara y le prometieran reformarse. De su predicación en Estepa escribió:

“Yendo ya por la calle para la plaza, y llevando el Crucifijo grande reclinado sobre el pecho y brazo izquierdo, me sentí dar un vuelco el corazón y moverme a no hacer acto de contrición aquella tarde; empezaron los temores de si sería cosa mía y se reiría el pueblo, etc.; pero, acordándome que usted me tiene mandado siga estos movimientos, me resolví a ello, y para más seguridad se lo propuse al Padre Eusebio, y lo aprobó.

En efecto, al concluir la plática, reconvine al pueblo con la desconfianza que me quedaba de si se aprovecharía de lo que acababa de enseñarles, poniéndoles por prueba el poco fruto de la tarde antecedente. Díjeles con mucha serenidad en el modo y fuerza en la expresión que darían lugar a que Dios tomase la mano, como la tomaría, si no trataban de darse por entendidos, que yo me empeñaba en que no sucediese, mas desde entonces levantaba mi mano para que se cumpliese la voluntad de Dios. Pedí al Señor volviese por su causa, y al pueblo dije que no le daba los remedios que para su justificación y salvación propongo en mis sermones, porque [...] [nada] podía ser útil a los que desprecian la palabra de Dios; sí les exhortaba como Cristo, mi Señor, a Judas, que siguiesen en sus designios de ofenderle y aumentar sus culpas, etc., y que en esta inteligencia me retiraba, dejándolos en manos de su mal consejo. Retireme, y nos volvimos a nuestro destino, quedando la plaza llena de gritos, llantos, confusión y otros varios afectos y efectos [...].

De esto resultó conmoverse el pueblo de modo que algunos a voces decían sus culpas, y pedían confesión; se hicieron desde aquella noche, por todas las restantes, muchas procesiones de penitencia; todos los rosarios; el clero por comunidad salió a las diez o más de la noche, rezando el Miserere, cantando saetas, etc. [...]” (FDC a FFJG, 31-III-80, pp. 394-395).

Después de 32 años de intensa vida misionera y dejando numerosos escritos, sermones y cartas espirituales, Fr. Diego José de Cádiz murió en Ronda el 24 de marzo de 1801, a los 58 años. La muerte del Beato tuvo resonancia en toda España haciéndole funerales en los pueblos en los que había predicado y dedicándole altares en numerosas iglesias. En 1825 se inició el proceso de beatificación que culminó en 1894 cuando el Papa León XIII le nombró Beato.

El pueblo de Estepa le dedicó un altar que se conserva en la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción. El banco del retablo presenta policromía dieciochesca de influencia chinesca u oriental. La hornacina está flanqueada por estípites y su interior se decora con estofados vegetales, apareciendo los instrumentos de la pasión y la paloma del Espíritu Santo. Sobre la cornisa destaca una pintura del siglo XVIII de la Virgen del Carmen. La talla que preside el retablo es de la primera mitad del siglo XIX.

Así preside su nueva capilla la Imagen de Ntra. Sra. de la Merced:

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